Quienes me conocen saben que una de las cosas que más amo es a mi perra, Nala Gokú.
Podría escribir una lista infinita de los que me han dicho que la consiento mucho porque no tengo hijos o que veo en ella a los hijos que no tengo. No es así y hoy quiero compartirles su historia, cómo llegó a mi vida y por qué es tan importante.
Fue hace poco menos de tres años cuando mis exjefes de trabajo la compraron. Buscaban un perro guardián para la oficina y alguien comentó que la había visto en venta. Recuerdo estar trabajando en una nota y de repente escuchar a los compañeros hablar de que "ya había llegado la perrita". Todos corrimos a verla, era una bolita de pelos color crema sumamente encantadora que nos robó el corazón. Yo la vi y pensé que ese perro no tenía nada de guardián, no sé mucho de razas pero sé que un Golden Retriever no se emplea en esas actividades. ¿o sí?
Por algunos días se discutió su nombre, el plan original era llamarla como la empresa, por lo menos unas cuantas sílabas, algunos votaban por "Bada", otros por "Bun", pero su color me recordaba a Nala, un personaje de la cinta "El Rey León". Por aquél entonces escribía muchos textos sobre Dragon Ball y la perrita a pesar de ser pequeña presumía unas patitas grandes y fuertes, así que empezamos a bromear diciéndole Gokú. ¿Qué creen? Así se quedó su nombre, Nala Gokú. Muchos decían que no podía llamarse Gokú por ser hembra pero ¿hay una regla? Seguimos disfrutándola en la oficina, todo iba bien hasta que empezó a morder cosas y a hacerse del baño en la oficina, pocos se animaban a limpiar sus gracias y el equipo empezó a perderle el amor. Con el paso de las semanas éramos pocos los que usábamos los descansos para jugar con ella, no le faltaba techo, comida, ni juguetes, pero sabíamos que podía ser cuidada con más atención.
A la par de los días con Nala bebé en la oficina, mi marido y yo pasábamos por una de las etapas más difíciles de nuestro matrimonio. Charly empezó con unos dolores de cabeza horribles, había días que no podía pararse de la cama, recuerdo un domingo que nos levantamos para ir a la iglesia, nos tocaba tocar en la alabanza y fue imposible pararlo de la cama. Como pude lo llevé al hospital y ahí pasamos algunas horas, le dieron varios medicamentos pero el dolor no cedía y nos enviaron con el neurólogo. Al principio muchos amigos preguntaban por su salud, pero poco a poco esa preocupación desapareció, Charly no mejoraba y el neurólogo medio controló los dolores pero literal nos dijo que no sabía cuándo desaparecerían las molestias.
Traté de seguir con mi vida normal, era frustrante ver que no podía ayudar, que Charly no mejoraba y que su situación afectaba su estado anímico. No me maltrató jamás, pero me dolía que me respondiera de una forma cortante o que gran parte del tiempo estuviera de mal humor. Recuerdo que le pedí apoyo a algunos compañeros, pero no pasó nada y ahí entendí que eran personas con las que no se podía contar. Mi única alternativa fue seguir trabajando y haciendo todo lo más normal posible, cuando sentía que iba a tronar, esa perrita llegaba a dormirse en mi mochila, a jalar mi suéter, a jugar, a dormir en mis piernas o en el zapato de mi jefe. Me alegraba, me daba paz y hacía que todo se viera más claro a pesar de lo oscuro.
Sobra decir que me encariñé con ella y que llegó a mi vida justo en el momento preciso. Aproximadamente tres meses después de llegar a la oficina, se nos informó que nos mudaríamos y lo primero que pensé fue sobre qué pasaría con ella. Le pregunté a uno de sus dueños y me dijo que me la llevara, que quizá no habría espacio para ella en el nuevo lugar. Hablé con mi esposo sobre adoptarla pero Charly no estaba convencido, hablaba del gasto, de que era un perro grande y de que yo no tenía tiempo para cuidarla en casa. Milagrosamente al día siguiente nos informaron que los trabajadores de mi área trabajarían desde casa ¡era justo la oportunidad perfecta! Aún así, le dije a mi marido y me insistió que no, sufrí, lloré, y cedió.
Preparé la casa, estaba lista para traerla y en eso me dijeron que no, que harían un esfuerzo por adaptarla al nuevo lugar. Mi corazón se rompió, pero a final de cuentas no era mía y tenía que respetar las decisiones de sus dueños. Fue hasta el día de la mudanza cuando aceptaron que la trajera a casa y así nuestra pequeña familia creció.
Su primer fin de semana aquí la llevé a casa de mi mamá y luego a casa de mi papá, quería que todos la conocieran, la paseaba por las cuadras cercanas y bueno, era la sensación. Mi esposo insistía en que no la metiera a casa, en que él no se iba a involucrar con ella, pero su carita inocente y tierna lo doblegaron y le robaron el corazón ¿quién podría resistirse?
Complementamos su esquema de vacunación, busqué grupos de dueños de este tipo de perros en Facebook y encontré una comunidad maravillosa llamada "I Love Golden Retriever Tijuana". Estaba tan feliz de tenerla conmigo que quería darle todo. En poco tiempo Nala adoptó costumbres de Charly y mías, ¿la más curiosa? Ver televisión con nosotros, algo que hasta la fecha sigue haciendo.
Todo parecía perfecto, trabajaba desde casa, cada dos semanas iba a la oficina por el pago y la llevaba conmigo para que todo vieran cómo estaba. Creció muchísimo y se veía hermosa, feliz. Alguna vez hizo que la jefa se cayera por su gran energía, pero no fue nada grave. Todo iba bien hasta que yo me convertí en la enferma.
Empecé con un dolor de espalda que después se extendió a la pierna, me pusieron a dieta, me hicieron varios estudios y la situación no mejoraba, de repente ya no me pude poner derecha, caminaba encorvada y el dolor en la pierna era horrible. Me ardía y no había forma de acomodarme en la cama o el sofá. Nala lo entendía, se acercaba y se acurrucaba exactamente junto a la pierna enferma, la lamía, me traía sus juguetes y de nuevo, trataba de animarme en los días más negros. Ahora ella también era la encargada de animar a Charly en esta temporada difícil. Como tuvimos una racha de enfermedades feas muchas veces no le dijimos a la familia, eran pocos los que sabían y pocos los que estaban, pero Nala era la primera de la lista en estar al pie del cañón.
Fueron varios meses con ese problema en la pierna, casi al terminar esa etapa mía, Charly volvió a enfermar, pero ahora era un problema en su sangre, no se oxigenaba bien y le provocaba unos bajones muy feos. Llegamos a pensar lo peor, le hicieron una biopsia de médula y antes de los resultados, decidimos que si Charly tenía algo incurable, no tendríamos hijos y adoptaríamos más perros. Los resultados fueron favorables y bueno, parece que Nala será perra única.
Ahora todos está bien, pero tanta cosa vivida con ella la convirtió en una parte importante de nuestra familia, es la fan número uno de Alternaplay, la reina de la casa. Celebramos cada uno de sus cumpleaños, no porque ella entienda, sino porque está con nosotros y literal, es un rayito de sol que ilumina nuestros días. Le tomo tantas fotos que le hice su propio instagram y verla tan feliz nos hizo pensar en la infinidad de perritos que no corren con la misma suerte.
Nala nos dio mucha consciencia y así empezamos a apoyar labores de rescate, con pequeñas aportaciones económicas (cuando es posible) y con hogar temporal. Nos llena el corazón saber que estamos cambiando vidas y que vendrán proyectos más grandes. Uno de ellos es la creación de parques caninos en Tijuana, un espacio donde los peluditos puedan disfrutar sanamente y que con esa actividad se generen fondos para realizar más rescates. El otro proyecto es Pawtitas Rescue, un grupo donde apoyamos a rescatistas independientes para rescatar, rehabilitar y brindar hogar a perritos sin hogar. (Pueden apoyar a la causa aquí)
Hace algunas semanas esterilizamos a Nala, es preocupante la cantidad de gente que la pidió para cruza, que quiso convencernos de que tuviera perritos, que nos dijo que "podríamos hacer buen negocio con ella". Luego de hablar con su veterinario de cabecera y con una prima que también es veterinaria, optamos por esterilizarla, pues esto prevendrá varias enfermedades en ella y le dará más años sanos a nuestro lado. Sabemos que Nala no será eterna, pero el tiempo que esté aquí buscaremos darle la mejor vida posible.
Como dice mi querida amiga Eli "ojalá todos los perritos fueran igual de felices que Nala".
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